“Valora lo que tienes antes que la vida te enseñe a valorar lo que perdiste.”
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Es una línea que hemos escuchado antes.
¿Qué te evoca?
¿Que te hace sentir?
¿Qué te hace pensar?
Hold that thought, porque aquí vamos a regresar.
Alguna vez en el año 2000 y pocos
Miss Alicia
A veces hacemos un listado de las cosas de una manera muy aleatoria, y nos vemos en la necesidad de agregar un “last but not least” o quizás un “no necesariamente en ese orden”.
He pensado en ella porque es lo primero que se me viene a la mente. Y en este caso el orden sí importa.
Acompáñame brevemente al pasado, donde soy una niña en jumper a cuadros que nunca destacó en el plano académico. Nunca fui mala ojo, pero no era la mejor en Mate ni tampoco en Letras. ¡Y ni qué decir del deporte! —¿Me alucinan jugando basket? — lo menciono por mero respeto y decoro.
Yo hacía teatro. That was my thing.
Yo bailaba y le oraba a la Britney Spears.
A mi nunca me dio vergüenza pararme en un escenario. ¿Pánico escénico? Me vacunaron contra eso cuando niña.
Los monólogos y yo fuimos una, allá por los early 2000’s en aquella “concha acústica” – así se llamaba el teatro de mi colegio y sí: un minuto de silencio por las oportunidades de pensar y decir tanto al respecto que se nos fueron.
El punto es que si hubo algo que me definió fue precisamente el teatro. Y no puedo hablar de eso sin traer a mi mente a la persona responsable de entregarme absolutamente todos los protagónicos que tuviera en su haber.
No me dio el lead en Ollanta (porque a ver…) pero me dio el personaje de Ima Sumac en esa puesta en escena, de Juana de Arco, de la Dulcinea del Quijote.
¡Qué no me dio! Hasta Emma Stone tuvo que hacer más castings que yo.
Y le tuve muchísimo cariño, todavía la recuerdo.
Ella me llamó alguna vez luego de salir del cole. No es excusa— pero esa llamada me tomó por sorpresa y con gente a mi alrededor. Y pues creo que ya lo imaginan: Me comporté como una pelotuda. No sé exactamente qué dijo ella o qué dije yo, pero fui muy indiferente y a veces la indiferencia se siente más fría que la peor de las intenciones. Apresuré el término de la llamada. Y sí, me sentí avergonzada durante y después.
Pasaron los años y siempre regresé a esa llamada. Pensaba en algo como: “tengo que conseguir el teléfono de la secretaria del cole para que me dé su número de contacto y poder localizarla.”
Nunca lo hice.
Pasaron más años y una noche cualquiera decidí revisar el Junk de mi correo. Mi atención apuntó al mail de subject line: “Miss Alicia Paredes”. No tuve que abrirlo para saber de qué se trataba.
La miss Alicia había fallecido.
Ella no tenía hijos, no tenía esposo. Murió sola.
Asistí a la misa que le hicieron en mi colegio y sin haber recorrido más de 2 cuadras desde que me despedí de todos y me fui, empecé a llorar a cántaros. Sentía que me ahogaba. Yo nunca había llorado una pérdida antes. Nunca perdí a alguien que quería. Mucho menos, a alguien que quería sin haberle dicho que la quería puntualmente.
Unos días después, salí temprano del trabajo y también participé de la misa que le hicieron en su parroquia. Me quedaba lejísimos pero fui de todos modos, como para buscar resarcir algo, arreglar algo.
Pero la vida no funciona así.
De todo se aprende, eso es verdad. Me la voy a pensar dos veces antes de perder una oportunidad de decirle a quien valore—sobretodo a ese nivel—que la valoro. Pero eso ya será con otra persona. Nunca con ella.
Y esa es la parte que no me reconforta, el que cualquier mejora desde aquel entonces haya sido a costa de ella.
La valoro hoy, cuando eso era para ayer.
Nada de lo hecho hoy, cambia en algo lo que ya fue.
Un 23 de Junio del 2018
Precisamente el día de mi matri.
Todas las eventualidades de la vida—por más repetitivas y clichés que puedan ser—transcurren diferente para cada quien y se asumen a plena discrecionalidad de autor. Hasta con los matrimonios—ejecutados repetidamente y a manera de ritual desde el principio de los siglos: está en cada quien el cómo planearlos y luego vivirlos.
Pero por más discrecionalidad que uno le ponga al asunto, es difícil escapar de la peligrosa expectativa idealizada que viene anclada a un evento de tal magnitud:
La antesala perfecta, el evento de ensueño, la noche inolvidable, la familia perfecta.
No voy a entrar en detalles porque yo no tengo reparos en decir mis temas abiertamente. La cosa cambia, cuando hay terceras personas en el cuento.
Así que solo diré:
El bridal shower, las sesiones de velo de colágeno y otros rituales pre-matrimoniales, yo los viví más a forma de abogados, llantos y comisarías.
El mes previo a mi matrimonio fue posiblemente el más duro de mi vida. No comía y estaba emocionalmente destruida. Esos 8 kilos que perdí—previos al gran día– no los perdí en el gimnasio ni quitándole la papa al caldo, los perdí llorando.
Solo mi esposo y la familia cercana conocen de qué hablo y quiero mantenerlo así.
Así que en resumen: Fueron momentos abrumadores que se sumaron a todo lo que conlleva planear una boda.
Fue heavy.
Y el que yo haya tenido tan presente la dicotomía de lo que pensé debía ser – y no fue—me pesaba constantemente. En cristiano: me reventaba tener que estar pasando por eso, y más aún en ese preciso momento.
Mi día y los días que lo antecedían deberían de ser perfectos. “Deberían”…
Pero ese 23 de Junio, con todo y sus dificultades: fue maravilloso. Me adueñé de ese día como nadie y bailé, sólo bailé. Si me conoces, no hace falta decir nada más.
Ahora entiendo que de haber podido separar “eso que no podía cambiar” de mis expectativas; la antesala y los preparativos no habrían sido tan demoledores. Porque no todo fue malo, aunque así lo haya percibido en ese momento. Me estaban pasando cosas horribles, sí; pero también habían cosas que celebrar.
Yo elegí donde poner la lupa.
Y no sé si estoy sola en esto, pero quisiera poder sentir las alegrías con la misma intensidad en que siento las penas. Aunque ahora que lo pienso, el no hacerlo quizás amplifica el que tengo la suerte de que “lo bueno” esté más pegado a mi realidad que “lo malo”. Así como las noticias no desarrollan lo cotidiano, sino todo lo contrario; mi sensibilidad desarrolla más intensamente lo que le es novedoso—lo malo. Divina dificultad.
Regresando al 23 de junio, quisiera poder tener solo UNA oportunidad más para revivir ese día, habiendo entendido que no importa si no se celebró como cuenta la tradición. Si mi papá no es mi héroe.
Pero esos acontecimientos—como la vida misma—están hechos para vivirse una sola vez. De ahí su valor.
Y nada de lo hecho hoy, nisiquiera una nueva perspectiva, cambia en algo lo que ya fue.
Un muy reciente 22 de Mayo del 2020
Martín Vizcarra anunció la extensión de la cuarentena hasta el 30 de junio, con algunas modificaciones y flexibilidades—pero cuarentena de todos modos. Con esto, mi vida seguirá igual un par de semanas más: Trabajando desde casa y haciendo todo lo que las paredes de mi hogar permitan.
Las libertades y posibilidades que tenía—pre cuarentena— las gocé y muy bien. Pero no como lo ameritaba, sabiendo lo que hoy sé.
Una no se pasa la vida disfrutando de todo –placeres grandes y pequeños —como si fuera a morir al día siguiente. Incluso conociendo cuán certera es la muerte, esa no es la manera de vivir.
Del mismo modo, a menos que seas epidemiólogo— ó Bill Gates—no transitas los caminos de la vida alucinando que se avecina una pandemia mundial. De esas que unen al mundo entero en una preocupación colectiva en el preciso momento en que lo colectivo parece no ir más.
Es hasta poético experimentar un sentido de la colectividad tan grande desde el ejercicio del total— o parcial— aislamiento.
Yo no sabía que ese almuerzo en La Cuadra del Salvador sería el último sitio que visitaría con amigos– en más de 2 meses– sin preocupaciones, mascarillas ni metros de distancias.
Tampoco sabía que a mi salida física del trabajo —un miércoles 11 de Marzo— no le seguiría un reingreso a la mañana siguiente o a las muchas que le siguieron después.
Tantas vivencias que pecaron de cotidianas, hoy —en pleno ejercicio de su carencia—se recuerdan invaluables.
Y nada de lo hecho hoy cambia en algo lo que ya fue.
Pero todo lo que haga mañana— en este preciso contexto— cambia absolutamente todo de lo que nuevamente será.
Podremos regresar a cada experiencia—que nos es hoy prohibida—con la oportunidad de revivirla como quien conoce su valor en la carencia; tras haberla perdido, aunque sea momentáneamente.
Ese abrazo de bienvenida con los que mas quieres
Esas reuniones entre amigos
Tu nombre escrito mal en esa taza de Starbucks.
Tu libertad.
Así que regreso como un bucle de programación.
Valora lo que tienes antes que la vida te enseñe a valorar lo que perdiste.
Qué te evoca?
Que te hace sentir?
Qué te hace pensar?
Keila says
Hola Estefania. Felicitaciones por el último post, ha sido inspirador leerte en medio de esta pandemia.
Te queria preguntar, hay una línea que no llego a comprender, entiendo la idea que has transmitido, pero me quedo con la duda que no pude entender una línea, y quisiera pedirte por favor que me la expliques:
“Así como las noticias no desarrollan lo cotidiano, sino todo lo contrario;”
Agradezco tu tiempo. Y mucha buena energía y salud para ti, tu esposo y tus bebes perrunos.
Estefania Campoblanco says
Hola Keila! Gracias 😊. Porsupuesto! Mira te cuento: cuando hablo de “las noticias” hablo de la prensa y los medios de comunicación. Todo lo que leemos es primicias, y los casos o noticias que estas desarrollan son justamente sobre eventos fuera de lo común. Es por eso que son noticias en primer lugar. Y es por eso que por ejemplo: los conflictos armados en sitios donde ese tipo de eventos son recurrentes no aparecen en los titulares, pero si aparecerían por ejemplo en los titulares de países o zonas como Europa o USA, donde esto no sucede frecuentemente. Un coche bomba que estalle en Siria, Afganistán o Irak probablemente pasaría desapercibido en las noticias. Si estalla en Nueva York por ejemplo o en Londres, no dejaríamos de escuchar sobre eso en la tele o el periódico. Es decir, las noticias no desarrollan o incluso no mencionan hechos cotidianos o que ya fueron normalizados desafortunadamente. Hago esa observación a forma de metáfora con lo que me sucede en una etapa específica de mi vida. Me estaban pasando cosas feas pero al mismo tiempo también estaba por casarme y otras cosas muy buenas como el haber podido con mi esposo comprar una vivienda propia a nuestra corta edad. Es decir pasaban cosas buenas y cosas malas. Y Como lo bueno — para suerte mía — está mas asociado a mi “normal” o “cotidianidad” no me afecta en el mismo grado que me afecta lo negativo (que vendría a ser lo “no cotidiano”). Es decir al igual que con la cobertura de las noticias, yo inconscientemente le pongo la lupa a lo que me sucede menos frecuentemente (lo negativo) y no a lo que me sucede más frecuentemente (lo positivo). Y es perfectamente normal, pero está bueno no perderlo de vista para poder cambiar nuestra perspectiva. Nosotros no tenemos que vender titulares, así que podemos darle la importancia que compete a lo malo y bueno por igual si es que nos disponemos a hacerlo. Espero que haya quedado más claro! Un abrazo y gracias por leerme 😊